La solución a la guerra civil de las lenguas es ¿aprender tres?

Juan Carlos Girauta en La oportunidad Feijoo ve una oportunidad práctica de dejar atrás el lío de las discriminaciones. Sólo quedan deberes, la obligación de aprender la lengua local o vernácula, el español y el inglés. Estamos sentados sobre un volcán. Esta es otra posibilidad, lo que ocurre ahora es que los nacionalismos periféricos  han ninguneado tanto al español que han generado un problema donde jamás tuvo que haberlo.Y empeorará si no se neutraliza la situación.
Otros lo reducen irónicamente al giro de Girauta (hace un año abandonó la Cope y Libertad Digital) pero en cualquier caso merece gratitud el esfuerzo de intentarlo, aunque son los más quienes piensan que con el nacionalismo no se puede negociar nada, en tanto que solo entiende la fuerza del chantaje.
Reproduzco el artículo de Girauta a continuación.

Las bases del decreto lingüístico de Feijoo merecen más atención y respeto que los recibidos hasta ahora. Los defensores de los derechos de los castellanohablantes en territorios con preeminencia nacionalista vienen desempeñando una tarea meritoria, en solitario, enfrentados a la hostilidad de los poderes autonómicos y sometidos al desprecio del poder central. Precisamente por eso deberían considerar si no ha llegado la hora de abandonar la actitud testimonial –digna de encomio, pero sin un solo logro hasta el momento– y tomar la iniciativa atacando en su línea de flotación la práctica de la inmersión.

Han planteado siempre como un asunto de libertad (sin gran apoyo, por cierto, de los afectados) algo que chocaba con el núcleo de los nacionalismos contemporáneos. Hace tiempo que el nacionalismo ha dejado de ser étnico (algo imposible de defender en sociedades avanzadas) para hacer de la lengua el principal rasgo «diferencial». A partir de ahí, dada la tendencia de todo nacionalismo a la ingeniería social y a la homogeneización de las sociedades donde opera, su principal empeño ha sido la inmersión lingüística en la escuela. O, lo que es lo mismo, el uso exclusivo de una lengua oficial como vehicular en la escuela.

Complétese el cuadro con una legislación y una jurisprudencia que se han mostrado incapaces de detener la discriminación del castellano, teóricamente oficial en toda España. En este contexto, Feijoo ha dado un paso valiente, ha hecho algo nuevo, ha alterado los parámetros del debate y ha ofrecido a su partido la oportunidad de articular un discurso de difícil refutación sobre la lengua en la educación. Sumarse a él exige un cambio de estrategia y un abandono de la tradicional actitud testimonial, pero ofrece una gran recompensa: la posibilidad real de acabar con toda discriminación lingüística en la escuela.

De reivindicar derechos y libertades se pasa a exigir el cumplimiento de obligaciones: ya no existe tal cosa como la libertad de excluir lenguas oficiales de la enseñanza. Ninguna: ni el castellano en ningún lugar de España, ni el catalán en Cataluña, ni el gallego en Galicia, etc. ¿Estarán dispuestos quienes han librado la lucha más ingrata a sumarse a la iniciativa, a cambiar el esquema y legitimación de sus planteamientos, o preferirán seguir con una línea de protesta que se ha revelado estéril? Está por ver, pero sospecho que los excesos de los nacionalismos periféricos han despertado a otro nacionalismo que dormía en algún pliegue de la historia.

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